¿REIVINDICAMOS UN SEXO EN EL 8M? / Texto de Luna Grandón

¿REIVINDICAMOS UN SEXO EN EL 8M?

Sin comunidad no hay liberación
Audre Lorde

No es un cuerpo lo que reivindicamos, sino un modo de vida que, como aún no existe, acaba siendo un modo de luchar. No es un techo de cristal contra lo que batallamos, es contra un modo de vida patriarcal. No es que falte mérito, es que falta justicia social.

No es un órgano sexual el que nos causa vivir precarizadas, es el modo en que ese órgano está siendo organizado y aprovechado para la acumulación del capitalismo-neoliberal. Lo que se está haciendo es construir una verdad y un destino, al inventar como alteridad o diferencia a algún trozo de carne que llamamos sexo. Órgano sexual. Esto, no quiere decir que no ha existido una forma específica de violencia hacia cuerpas que compartimos algo así como un mismo órgano sexual. Sí, ciertamente la hay y ha habido, pero es más bien la idea misma de que existe algo así, llamado sexo, cuya existencia operaría como productor natural de diferencias que luego se experimentan como desigualdad. Es que anclado a una experiencia histórica de violencia estructural, aparece un órgano sexual.

La idea de que la diferencia sexual existe, construye como su efecto a la desigualdad. Es por ello que, esa relación social y de poder que es el género, varía según sea experimentada junto/con otras experiencias de violencia y desigualdad, como lo son la raza, la clase o la capacidad: son todas ellas relaciones históricas y culturales de desigualdad. Entonces, si aquello contra lo que luchamos forma parte de un entrelazamiento de prácticas sociales, culturales y de poder, ¿vale la pena organizar nuestra lucha política en torno a la comprobación de la existencia de un cierto órgano sexual? Resulta innegable que, precisamente como producto de la capacidad de gestar-parir-y-lactar vivamos una violencia sistemática y estructural en ese cuerpo que llamamos mujer. Pero, insistimos, es precisamente el cómo se organiza un conjunto de fuerzas para administrar y destinear a ese cuerpo que se construye como mujer, que ser-mujer termina siendo fabricada como una verdad. Y, es innegable también, que dicha invención de una naturaleza que existe con anterioridad a la cultura ha sido estabilizada mediante mecanismos históricos y estructurantes —activos productores de subjetivación y subjetividad—, como lo son el Estado, la iglesia y la familia, volviendo al ser-mujer una verdad que se reitera permanentemente como diferencia sexual.

Ese ser-mujer ha construido una experiencia histórica de lucha y resistencia que nos permite estar en pleno siglo XXI despiertas y aún luchando, analizando en nuestras genealogías estrategias de desacato y organización. Desobediencias diversas a lo largo de este continente Sin Nombre, insubordinaciones de múltiples rostros, enfrentadas a expresiones distintas de una misma raíz que perfora la tierra para brotar. Hemos sido un sexo —el segundo, diría Simone de Beauvouir—, hemos sido hechas una clase sexual. Somos, hemos sido, una forma de proletariado¹ : proletariado sexual. Se nos hizo pensar que era un órgano, cuando se trataba de una moral sexual.

Por eso no nos convoca hoy una suerte de celebración de la diferencia, por ser una alteridad especial. Nos convoca el desmontaje de un orden sexual y político que ha ubicado en nuestro cuerpo un nudo para la violencia y una ontología para la inferioridad. No es un sexo lo que reivindicamos, es su desmantelamiento, su desplazamiento, su apropiación como placer. Que las diferencias que tenemos sean fuerzas de cambio, alianzas incómodas e improbables entre cuerpas aliadas en la lucha política, que se inventan sin destino, que se gozan y desbordan, pues como dijera Audre Lorde: sin comunidad no hay liberación.

Por un 8M transfeminista, antirracista, antiespecista y contra toda precarización neoliberal.

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¹ Henríquez Ureña, Camila (2004). La mujer y la cultura, Obras y Apuntes [Tomo V]. La mujer (pp. 109-116). Santo Domingo: Editorial Universitaria.

Luna Grandón

Luna Grandón Valenzuela. Nacida en Santiago de Chile un jueves de 1991. De profesión terapeuta ocupacional, se ha dedicado a la docencia universitaria y a la investigación. Posee un magíster en estudios de género y cultura por la Universidad de Chile, y actualmente cursa el doctorado en Estudios Latinoamericanos en la misma universidad, con una tesis sobre las pedagogías del género que operaron en revistas culturales dirigidas a mujeres durante el siglo XIX en Chile y Argentina. Además, investiga problemáticas asociadas a la feminización del cuidado, la precarización neoliberal de la vida, y la escritura de mujeres poetas del siglo XX. Sus pulsiones creadoras se han expresado en la escritura, la danza y la fotografía, siempre interesada en el cruce entre cuerpo, historia y política. Colabora en Registro Contracultural en registro audiovisual e investigación.

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